EDUCACIÓN
EDUCACIÓN
Vivimos un tiempo en el que la tecnología se ha convertido en parte inseparable de la vida cotidiana y de la escuela. Pizarras digitales, plataformas interactivas, inteligencia artificial o entornos virtuales de aprendizaje son ya habituales en las aulas. Pero la verdadera pregunta no es cuánta tecnología usamos, sino para qué la usamos. ¿Cómo lograr que la tecnología sirva al desarrollo integral de la persona y no al revés?
Autoría: Arenales
05 de noviembre de 2025
5 min de lectura

Usada con propósito, la tecnología puede ser una extraordinaria herramienta educativa:
Como señala Gustavo Entrala, experto en innovación y comunicación digital, “la verdadera transformación no viene de la tecnología, sino del modo en que la usamos para mejorar la vida de las personas”.
Integrar la tecnología en el aula, por tanto, no es una meta en sí misma, sino una oportunidad para enseñar de forma más eficaz, más personalizada y más significativa.
“La verdadera transformación no viene de la tecnología, sino del modo en que la usamos para mejorar la vida de las personas”, Gustavo Entrala.
La verdadera pregunta no es cuánta tecnología usamos, sino para qué la usamos.

Educar en un mundo digital no significa renunciar al valor de lo analógico. Los libros, el papel y la escritura manual siguen siendo insustituibles en muchos procesos cognitivos y formativos.
La lectura profunda, la escritura a mano o el subrayado en papel activan la memoria, la atención y la comprensión lectora de manera distinta a las pantallas. El papel invita a la pausa, al pensamiento crítico y a la conexión con lo esencial.
El desafío actual no es elegir entre pantallas o libros, sino aprender a convivir con ambos mundos. La tecnología debe complementar, no reemplazar, lo que el contacto humano y la experiencia tangible siguen ofreciendo: el gesto, la conversación, la mirada.
Como recuerda María Zalbidea en Cosiendo la brecha digital, “los jóvenes habitan lo digital como su lenguaje natural; nuestro papel no es juzgarlo, sino acompañarlos para vivirlo con equilibrio y sentido”.
De ahí que educar en la era digital no sea solo enseñar competencias tecnológicas, sino formar criterio, responsabilidad y empatía digital.
En este contexto, surge también un nuevo protagonista: la Inteligencia Artificial.

“Los jóvenes habitan lo digital como su lenguaje natural; nuestro papel no es juzgarlo, sino acompañarlos para vivirlo con equilibrio y sentido”, María Zalbidea.
La IA no debe reemplazar al profesor, sino potenciar su labor. Su valor no está en “enseñar por nosotros”, sino en ayudarnos a enseñar mejor.
La IA se presenta como una herramienta con un enorme potencial educativo: puede personalizar el aprendizaje, generar contenidos adaptados, ofrecer tutorías virtuales o analizar el progreso de cada estudiante en tiempo real.
Sin embargo, también abre interrogantes éticos y pedagógicos que no pueden ignorarse:
La IA no debe reemplazar al profesor, sino potenciar su labor. Su valor no está en “enseñar por nosotros”, sino en ayudarnos a enseñar mejor. La clave está en usarla como herramienta complementaria, no sustitutiva. Por eso, educar en tiempos de inteligencia artificial significa formar en inteligencia humana: en pensamiento, ética, empatía y responsabilidad.

Humanizar la tecnología significa ponerla al servicio del desarrollo integral de la persona.
No basta con enseñar a usar herramientas: hay que educar para vivir humanamente en entornos digitales.
Esto implica:
Humanizar la tecnología es hacer que los avances técnicos sirvan al crecimiento humano.
No se trata de tener más dispositivos o más datos, sino de cultivar más sabiduría, más criterio y más humanidad.
La escuela del futuro será aquella capaz de integrar la innovación sin perder su alma. Que use las pantallas con propósito, pero que siga abriendo libros. Que aproveche la inteligencia artificial, pero que conserve la inteligencia del corazón.
Educar en un mundo digital no es elegir entre pasado y futuro, sino aprender a unirlos.
Porque la verdadera innovación no consiste en multiplicar los recursos, sino en recordar siempre para quién y para qué educamos.

Humanizar la tecnología requiere visión y acompañamiento. Estas son algunas pautas para hacerlo posible:
Como bien recuerdan desde Empantallados, iniciativa que impulsa la educación digital positiva, “el problema no son las pantallas, sino el tiempo, el contenido y la compañía con que las usamos.”
Educar en la era digital no es un desafío imposible, sino una oportunidad para renovar el sentido de la educación.
Si logramos que la tecnología esté al servicio de la persona —y no la persona al servicio de la tecnología— estaremos construyendo una escuela más libre, más creativa y más consciente.
Humanizar la tecnología es formar ciudadanos capaces de mirar al futuro sin miedo, de usar la inteligencia artificial sin perder la natural, de vivir conectados sin dejar de mirar a los ojos.
Porque la educación del siglo XXI no consiste sólo en enseñar a usar herramientas, sino en enseñar a ser plenamente humanos en medio de ellas.
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