EDUCACIÓN
EDUCACIÓN
La adolescencia es una etapa clave para aprender a quererse bien y construir relaciones sanas. El psicólogo sanitario Albert de Santiago y formador en afectividad y sexualidad en el proyecto Amarme bien, amarte bien, comparte algunas claves para prevenir la dependencia emocional y acompañar a los jóvenes desde la familia, la escuela y la fe en la construcción de relaciones sanas.
Autoría: Inma de Juan
23 de octubre de 2025
5 min de lectura

La dependencia emocional no significa simplemente “querer a alguien mucho”. Se trata de un patrón de conducta en el que la persona necesita aprobación constante y llega a sacrificar su autonomía, autoestima y bienestar para mantener una relación.
En la adolescencia, etapa de cambios y búsqueda de identidad, esta necesidad puede expresarse en un miedo excesivo al abandono, dejar hobbies o amistades para dedicar todo el tiempo a la pareja, mostrar una autoestima frágil o emociones muy intensas y cambiantes. Frases como “sin él/ella no soy nada” o “vamos a durar siempre” son señales de alerta.
La dependencia no se limita a la pareja: también puede aparecer en amistades o incluso en la familia. Por eso, educar en el valor de la autonomía y en la autoestima es fundamental desde pequeños.

Las redes sociales no son malas en sí mismas, pero pueden distorsionar la realidad y generar comparaciones constantes. Muchos adolescentes sienten frustración al comparar su vida con lo que ven en Instagram o TikTok, donde predominan imágenes irreales e idealizadas. Esto puede derivar en ansiedad o sensación de insuficiencia.
Además, fenómenos como el ghosting (desaparecer de repente), el grooming (engaños de adultos a menores) o el sexting muestran la vulnerabilidad de los jóvenes en internet. Prohibir no es la solución: lo esencial es educar en el buen uso y acompañar desde edades tempranas, antes incluso de que tengan móvil propio.
Las aplicaciones de citas facilitan el contacto, pero exigen madurez para manejar límites y riesgos. Un joven que sabe integrar su identidad digital con su identidad personal está más preparado para gestionar relaciones de manera sana.

La dependencia emocional afecta tanto a chicos como a chicas, pero suele manifestarse de formas distintas.
En la mayoría de los casos, las chicas tienden a asumir un rol de “salvadoras”, sintiéndose responsables de mantener la relación a toda costa. Esto les lleva a idealizar a la pareja y a asumir una hiperresponsabilidad emocional.
Generalmente, los chicos suelen internalizar más sus emociones y, por miedo a mostrar vulnerabilidad, pueden recurrir a conductas de control como revisar el móvil de la pareja o exigir contraseñas.
Ambos modelos son dañinos y perpetúan roles que limitan la libertad y la madurez emocional.
La adolescencia es un momento de preguntas e incertidumbre. En este proceso, la fe puede actuar como un “colchón” para la autoestima, al recordar al joven que es querido incondicionalmente por Dios, incluso cuando se equivoca o atraviesa cambios.
Sin embargo, es esencial que cada adolescente viva su fe de manera personal. Imponerla puede generar rechazo. Por eso, los padres deben acompañar, escuchar dudas y dejar espacio para que cada hijo madure a su ritmo, sin sobreprotección ni imposiciones.

Los hijos aprenden primero del ejemplo. La forma en que los padres se tratan entre sí influye directamente en cómo los adolescentes entienden las relaciones. Un ambiente de cariño, comunicación y respeto es la mejor escuela afectiva.
Los adolescentes necesitan sentirse valiosos por lo que son, no solo por lo que hacen. Para eso, es importante reforzar su autoestima, permitir que se equivoquen y mostrar que siempre podrán contar con la familia.
La confianza se construye desde la infancia. Cuando llegan a la adolescencia, no basta con “abrir un canal de comunicación”: hay que haberlo cultivado antes. Escuchar sin juzgar, anticiparse a temas delicados como la sexualidad y mostrar vulnerabilidad como padres (reconociendo que no siempre se tienen todas las respuestas) ayuda a que los jóvenes hablen sin miedo.
Los profesores no son psicólogos, pero pasan muchas horas con los alumnos y pueden detectar señales de alarma. Para prevenir relaciones tóxicas y problemas emocionales es importante:
A veces basta con preguntar: “¿Cómo estás?”. Estos pequeños gestos pueden marcar la diferencia.

El sufrimiento adolescente puede expresarse en autolesiones o ideas suicidas. Es fundamental no minimizar nunca lo que un joven nos cuenta, aunque nos parezca pequeño, porque para él puede ser enorme.
Prestar atención a adolescentes perfeccionistas, muy exigentes o que se aíslan es clave. A menudo, los más discretos pasan desapercibidos frente a quienes son más disruptivos en clase, pero detrás puede haber mucho dolor.
Hablar del sufrimiento no aumenta el riesgo, al contrario: lo alivia. Fomentar que los adolescentes expresen cómo se sienten y sepan pedir ayuda es una medida de prevención poderosa.
Vivimos en una sociedad que evita el dolor y la frustración. Sin embargo, el fracaso forma parte de la vida y es una oportunidad de aprendizaje. Proteger en exceso a los jóvenes solo les prepara para un mundo irreal, sin dificultades.
La clave es enseñar que se puede ser feliz integrando errores, fracasos y momentos de tristeza. Los padres y educadores deben transmitir con el ejemplo que equivocarse no es el fin, sino un paso en el crecimiento personal.

Aunque a menudo se etiqueta a los adolescentes como “generación de cristal”, la realidad muestra lo contrario. Ante emergencias o causas con propósito, muchos jóvenes se vuelcan con generosidad y entrega, como vimos que sucedió el año pasado tras la Dana de Valencia.
La clave está en canalizar esa energía hacia proyectos solidarios y con sentido, donde puedan sentirse útiles y reconocidos. De este modo, encuentran una identidad positiva y fortalecen su resiliencia.
👉 La dependencia emocional, la salud mental y la educación afectiva no son cuestiones menores. Familias y educadores tenemos la oportunidad de acompañar a los adolescentes para que aprendan a quererse bien y a construir relaciones sanas, desde la confianza, la fe y la resiliencia.
ETIQUETAS